Es probable que el inicio de los ofidios tuviera lugar en Gondwana, ya que sus fósiles más antiguos -así como la mayoría de las serpientes primitivas actuales- se encuentran en los continentes meridionales, es decir, en los fragmentos de aquel antiguo continente austral. Entre los escasos fósiles de ofidios primigenios figura Dinilysia patagonica, del Cretácico, cuyo cráneo recuerda al de los actuales cilindrófidos, unas serpientes bastante primitivas del sur de Asia.
Sin embargo, y pese a la escasez del registro fósil, los herpetólogos están de acuerdo en que la gran radiación evolutiva del suborden ofidios no se produjo en el sur sino en el norte: se fraguó en Laurasia al iniciarse el Cenozoico y, al igual que sucedió con aves, roedores, primates y carnívoros, se tornó explosiva durante el Mioceno, período en el que aparecieron muchos de los géneros actuales de ofidios colubroides. Los colubroides constituyen hoy más del 80% de la fauna ofídica del mundo, y algunos géneros actuales ya habían aparecido a principios del Mioceno; es decir, hace 25 millones de años. Entre ellos había algunos elápidos, y es posible que sus ancestros -cuyos fósiles no se conocen- llevaran una vida subterránea, ya que la ausencia de escama loreal es un rasgo que la familia de las cobras, kraits y serpientes marinas comparte únicamente con atrascaspídidos -unas «víboras» subterráneas que se clasifican en una familia distinta de los vipéridos- y con unos pocos colúbridos excavadores.
Cinco o seis millones de años después de la aparición de los primeros géneros de elápidos, se formaban en Eurasia las primeras especies de Naja, no muy distintas de las cobras que conocemos hoy, y entre las cuales posiblemente estaba la cobra real.